¿Te has parado a pensar porqué a veces nos sentimos como nos sentimos? Pasan cosas en nuestra vida y nos afectan de alguna manera positiva o negativa, ¿verdad?
Hace unos años, conocí a un chico llamado Carlitos. Cuando tuve la oportunidad de tratar con el, había cumplido recientemente catorce años y tu y yo sabemos qué piensa un adolescente de esta edad. Básicamente hay dos grandes objetivos cuando estamos en esa época de nuestra vida, uno hacernos mayores, pues queremos abandonar esa etapa más infantil y la otra revelarnos con la autoridad; es justo ese momento en que creemos que todos los mayores no nos entienden y no tienen razón; incluidos, claro está, nuestros propios progenitores.
Carlitos, desde que era muy pequeño, sus padres le encomendaron la ardua tarea de cuidar de su anciano abuelo. Por su aspecto y situación física se notaba que llevaba mucho tiempo postrado en cama. El viejo, tenía el cuerpo desfigurado y le faltaban trozos del rostro, por lo que babeaba con frecuencia y además se hacia sus necesidades encima, lo que provocaba un olor poco agradable, sumándole a este estado las úlceras en la piel que a veces suelen producirse cuando una persona pasa tantos años postrado en un lecho.
Carlitos, tan pronto como se levantaba, debía asear a su abuelo y darle el desayuno. Luego se marchaba al instituto y al regresar, antes de incluso ponerse con sus deberes, debía hacer lo propio.
Así, día tras día, semana tras semana, año tras año, llegó el momento en que el niño se cansó y con voz casi ya de hombre les dijo a sus padres que no estaba dispuesto a seguir limpiando la baba de ese viejo, cambiarle la ropa y darle de comer; estaba realmente arto de esta situación.
Es un buen momento para contarte algo Carlitos –dijo su papá- así que siéntate y escucha:
“Hace trece años, vivíamos en otra casa. El día que tú cumplías tu primer año de edad estábamos toda la familia celebrándolo. Nos dispusimos a cenar y por alguna razón que aun desconocemos la cocina comenzó a arder; segundos más tarde toda la casa estaba en llamas. Corrimos despavoridos, llenos de miedo y sin darnos cuenta estábamos en la calle. Tu madre gritó: ¡¡Carlitos se ha quedado dentro!! Y sin pensarlo un solo segundo, tu abuelo corrió a través del fuego buscándote, te cogió entre sus brazos y te protegió con todo su cuerpo. Así salvaste tu vida, pero él quedó postrado y desfigurado para el resto de sus días. Tu madre y yo pensamos, que lo mínimo que tú podrías hacer por el, es cuidarlo hasta que el muera”.
Yo quisiera preguntarte: ¿Crees que pudo cambiar algo en Carlitos, respecto al trato ofrecido al anciano?, probablemente sí, casi seguro su estado emocional cambió mucho y quizá paso del asco a la pasión, o al amor, o simplemente a un poco de más cariño al cuidarlo. Sin embargo, ¿Cambió la situación?, la verdad es que no.
Me pregunto, ¿Cuántas historias nos contamos al cabo del día que nos están quitando la posibilidad de crecer? ¿De qué forma o manera nos contamos lo que nos ocurre para que no demos más de nosotros mismos?, ¿Las historias que nos contamos nos están limitando? Y una de las que más me gusta hacerme a mí mismo: ¿Es verdad esta historia que me estoy contando?
Alguien dijo en una ocasión que somos hijos de las historias que nos contamos, así que la próxima vez que estés sintiéndote de alguna manera específica que no sea de tu agrado, te invito a que revises la historia que te estás contando acerca del acontecimiento y trata de inventarte otra, pues ambas historias serán igual de subjetivas y lo que quizá sí que pueda ocurrir es que cambie definitivamente tu estado emocional.
Lo que me gustaría desafiar en este nuevo artículo es la creencia acerca de este poder que nos da la manera en que nos contamos las historias de lo que nos sucede a diario y de cómo estas determinan nuestra manera de ser.
Reflexiona: ¿Cómo está siendo tu vida?, ¿qué historias te estás contando?